30 de julio de 2010

ANÍBAL


Aníbal preparaba minuciosamente los equipos de proyección el último sábado de cada mes. A la tarde sus compañeros y amigos asistían a su Cine Club. Compartían emociones, reflexiones y aplausos. Como colofón, después de la película, una cena repleta de risas, brindis y conversaciones. Ese sábado era de Aníbal. Aníbal se fue y dejó video proyector, equipo de sonido y pantalla gigante. Y nadie sabe cómo hacerlos funcionar. Y eso que Juan le dijo una y otra vez “enséñame que yo te ayudo”. Aníbal les quería regalar a sus amigos un viaje al infinito y, para ello, se convertía en mago, apagaba las luces y empezaba la proyección. Aníbal ya no está y ese sábado ya no volverá a tener luz, al menos, la misma luz. Sólo quedan los versos en el corazón del último aplauso…


Una estrella más en el cielo azul,
una estrella más perdió mi tango.
En un vuelo gris se marchó al cenit
a buscar su tema más amargo.
Sus tangos hablaban del cielo,
su musa tentaba su vuelo.
Pudo más su afán y tras él se fue,
donde nunca más podrá volver.

¡Adiós!
Tu estrella te llamó.
Y tú te fuiste tras su voz.
Sin ver que no regresarás
sin poder ni decir adiós.
Serán tus manos de marfil.
Será, eterna tu canción,
y tu podrás, tal vez,
escuchar adiós, adiós...

[Adiós maestro_José Rótulo]

13 de julio de 2010

CIERTO HOMBRE SOLO


Hace dos años y éste es el tercero que llegué a Buenos Aires en busca de un desconocido. Me quedé para encontrar a mi padre. Tal ausencia en mi vida, convirtió mi viaje en una necesidad personal que no podía dilatarse por más tiempo. Nunca olvidaré aquella noche en la que recibí la llamada. Ese momento de la madrugada que no augura nada bueno, las cuatro de la mañana. Pregunté descosido de incertidumbre con un qué pasa. Lautaro respondió “ya está”. No había por que preocuparse, o sí. Desde ese momento casi no dormí, el insomnio conquistó las horas de sueño y sólo tenía en mente cruzar el Atlántico. Porque detrás de la sentencia de mi amigo Lautaro, prosiguió “nos queda poco tiempo”.

El mismo insomnio, imposible de imaginar, lleno de lágrimas que mi padre tuvo que cargar durante toda su vida. Todo terminó en la España ensangrentada del 39. Mi padre escapaba de la miseria de los perdedores en una posguerra aún peor que cualquier batalla en el frente. Huída hacia un horizonte lejano y en busca de un futuro. Dejaba tras de sí una mujer embarazada, mi madre. Su intención sacrificarlo todo para que su familia tuviera esperanza y pudiera, tarde o temprano, escapar de una tierra arrasada por la desgracia y la desolación. El destino, Argentina. Otro de esos barcos que surcaba todo un océano lleno de hambre y, también, de sueños. Pero, sobre todas las cosas, cargado de toneladas de dolor. Todavía no puedo entender cómo ese barco no se hundió.

Lautaro tenía la respuesta. Fue ancla a mi pasado. La persona que confíe durante unos años la búsqueda de mi padre. Lautaro era niño en uno de esos barcos. Se forjó como persona en la ciudad porteña. Era lo más parecido a lo que, quizás, mi padre hubiese querido. El destino hizo que me encontrara con Lautaro en uno de esos encuentros de Republicanos en el exilio. A uno de esos tantos que frecuenté en busca de respuestas. Nunca olvidaré aquel café en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Allí, mi amigo a partir de ese momento me hizo una promesa. La cumplió.

Me convertí en inmigrante. De hecho, tengo la impresión que siempre lo fui. Al menos así me sentí durante toda mi existencia. Madre murió de pena en el mismo parto. Siempre huérfano en tierra ajena, el mismo país que me hizo perder todo. Fueron mis tíos quienes se ocuparon de mí. Crecí con la incertidumbre de no saber dónde. Viví durante tantos años en soledad. Pero mi suerte había cambiado. Por fin, de una vez por todas, sabría de mis raíces, de mis adentros más profundos.

Sólo necesitaba una respuesta a tantas preguntas. ¿Por qué? ¿Cuál fue el motivo por el que mi padre no volvió a España? ¿Cuál fue la causa que le impidió conocer a su hijo? ¿Sabía de mi existencia? El interminable abrazo con Lautaro en la terminal de Ezeiza, me hizo aterrizar de una vez por todas. Sólo con la mirada supe que mi padre ya no estaba. Con mucho esfuerzo, acabó teniendo su propio negocio gastronómico en una de las esquinas de Once, muy cerca del Hospital Español. Trabajador como ninguno, hablaba lo imprescindible. Se casó. No tuvo hijos. Enviudó años atrás. Murió solo.

Sigo en Buenos Aires intentando explicar los motivos de su ausencia. Quizás ya los entienda, quizás nos los quiera ver. No caben reproches en mi corazón. Soy inmigrante, cierto hombre solo. Hace dos años y éste es el tercero que llegué a Buenos Aires en busca de un desconocido. Me quedé para encontrarme.

5 de julio de 2010

LA GRAN EVASION

TOY STORY 3 de Lee Unkrich, EEUU, 2010

Pixar consigue con su cine la humanización de la tecnología. Y la tercera parte de TOY STORY no es la excepción. ¿Y cuál es la receta? La historia (el qué) por encima del artificio (el cómo). La ecuación inversa es la descripción actual del cine de evasión, en el que predomina el efecto especial sobre lo que nos cuentan. Esto explica que estemos inmersos en una invasión de remakes como síntoma de la carencia de ideas que predomina en el cine industrial. A dicha hipótesis, dos acotaciones y una conclusión:

Lo primero. Deslumbra la estimable evolución tecnológica en relación a la fundadora primera parte. Parece mentira pero ya pasaron 15 años. En todo este tiempo, la productora nos regaló obras maestras que reacomodaron el cine de animación con la irrupción del desarrollo digital. La experiencia sorprendente se produce en el momento en que nos olvidamos de la forma y nos sumergimos en la aventura. La maestría reside en que ese mundo digital nos lo creamos.

Lo segundo. La última de Pixar destaca, otra vez más, por su coherencia temática: lo que sienten, dicen y hacen sus personajes son el epicentro de la película. Lo que gira alrededor de este universo son valores. Por ejemplo, los juguetes se rigen por la permanencia de principios valores y estos generan una voluntad que les hace avanzar hacia la salvación. Llegamos a la misma conclusión si hacemos un repaso a cada uno de los protagonistas de las historias del flexo saltarín. Podríamos considerar, pues, el cine de Pixar como un cine de autor(es), regido por las directrices del cine clásico y lleno de matices.

Conclusión. Historia, ritmo y personajes hacen que la experiencia cinematográfica supere con creces el divertimento y vaya más allá. Porque, al fin y al cabo, el cine es un parque de atracciones en el que revive el niño que llevamos dentro. Pura evasión.