THE LAST EXORCISM de Daniel Stamm, EEUU, 2010
Hay un lugar dónde las creencias religiosas, llevadas al máximo extremo, llevan al ser humano a cometer salvajadas. Sólo basta nombrar la lapidación de una mujer por haber cometido adulterio en Irán. Esta sinrazón instaura la idea de que “el diablo está en todas partes”, y más cerca de lo que nos pensamos. En ese lugar se sitúa THE LAST EXORCISM de Daniel Stamm. Una película que plantea una doble lectura. Ésa es su principal baza.
Uno, la lectura cinematográfica. La película se acomoda a las reglas que establece el sub-género del cine de terror vinculado a los exorcismos. La sugestión es mayor ya que el espectador se sumerge en dicha propuesta por partida doble: todo lo que conlleva la película con posesión y, por otro lado, el visionado de un formato pseudo-documental, rodada en cámara en mano, redobla el realismo, siempre presente en este tipo de películas (desde la mismísima EL EXORCISTA). Cabe recordar la consigna “el diablo es omnipresente”. Esta presunta cotidianidad es lo terrorífico del asunto. Ahora bien, la crudeza de las imágenes convive con el tono paródico que se ajusta a las características del producto de serie B, con una divertida y convincente actuación de Patrick Fabian, el exorcista.
Dos, la lectura sociológica. ¿Cómo una sociedad se enfrenta a sus temores y miedos? En pleno siglo XXI, hay casos reales en los que la posesión demoníaca justifica los comportamientos inusuales de una joven chica, en este caso embarazada, quedando afuera de cualquier tipo de diagnóstico psiquiátrico ó psicológico. Y pasa en sociedades alejadas de lo urbano, pequeñas, detenidas en el tiempo, en las que la mismísima Inquisición obra como justicia.
La película no defrauda al espectador, porque en ningún momento juega con él. Y eso en el cine de terror actual es casi un imposible. No hay trampas, vueltas de guión, ni efectismos baratos al estilo REC de Jaume Balagueró y Paco Plaza. Y, por último, su visionado perspicaz plantea una duda: ¿quién es el diablo?
Uno, la lectura cinematográfica. La película se acomoda a las reglas que establece el sub-género del cine de terror vinculado a los exorcismos. La sugestión es mayor ya que el espectador se sumerge en dicha propuesta por partida doble: todo lo que conlleva la película con posesión y, por otro lado, el visionado de un formato pseudo-documental, rodada en cámara en mano, redobla el realismo, siempre presente en este tipo de películas (desde la mismísima EL EXORCISTA). Cabe recordar la consigna “el diablo es omnipresente”. Esta presunta cotidianidad es lo terrorífico del asunto. Ahora bien, la crudeza de las imágenes convive con el tono paródico que se ajusta a las características del producto de serie B, con una divertida y convincente actuación de Patrick Fabian, el exorcista.
Dos, la lectura sociológica. ¿Cómo una sociedad se enfrenta a sus temores y miedos? En pleno siglo XXI, hay casos reales en los que la posesión demoníaca justifica los comportamientos inusuales de una joven chica, en este caso embarazada, quedando afuera de cualquier tipo de diagnóstico psiquiátrico ó psicológico. Y pasa en sociedades alejadas de lo urbano, pequeñas, detenidas en el tiempo, en las que la mismísima Inquisición obra como justicia.
La película no defrauda al espectador, porque en ningún momento juega con él. Y eso en el cine de terror actual es casi un imposible. No hay trampas, vueltas de guión, ni efectismos baratos al estilo REC de Jaume Balagueró y Paco Plaza. Y, por último, su visionado perspicaz plantea una duda: ¿quién es el diablo?