Me verás volar
por la ciudad de la furia
donde nadie sabe de mí
y yo soy parte de todos.
La opera prima de Gustavo Taretto sobrevuela la ciudad de Buenos Aires. La metrópolis argentina es la protagonista. El director tenía la receta. Un corto, casi mediometraje, multipremiado que planteaba cómo la vida urbana atentaba contra la comunicación. Un ingrediente, muy perceptible en el último cine argentino de jóvenes talentos, que trata de darle a la película una visión sociológica urbana con tono de comedia sana, potenciada con transfondo romántico, para que la cosa tenga algo de comercial y no caiga batiburrillo pseudo-documental. Así, el director llega a la conclusión de que la ciudad la habitan personas solas que deambulan buscando algo que no saben. Y, de ese modo, tenemos una película pequeña que se paseó por diferentes festivales, incluido el Premio del Público en Berlín en la edición de este año. Para que lo entendamos, vean uno de esos laberínticos dibujos de dónde está Wally y ya está. Lo que pasa que esa ciudad se llama Buenos Aires y tiene, alguna que otra, especificidad arquitectónica muy conveniente, todo sea dicho de paso, para el relato. Y es que Buenos Aires da para una y mil historias.
MEDIANERAS tiene todo lo bueno y lo malo de una opera prima de estas características. Toda la pasión del mundo por ser la primera película y cierto regodeo, por no decir alargamiento innecesario, en el metraje final. Primero, la pasión del cineasta principiante. El director pone toda la carne en el asador. En ese sentido, es honesto con el espectador. Utiliza los recursos que tiene y los pone a disposición de su historia, que conoce e intenta perfeccionar. Segundo, hagamos todo lo posible para llegar a los 90 minutos. Esas reglas que están por fuera del cortometraje, como una estimada duración comercial, hace que se tomen licencias previsibles que calcen en una película como ésta. Suele pasar que el paso del director de corto exitoso al largo sea todo un ejercicio traumático. Aquí sumamos que la película cuenta la misma historia que el corto. La cuestión es puramente narrativa. Ahí radica el problema: alargo el corto.
La película de Taretto cumple el cometido. Entretiene mientras, por debajo, tiene como dispositivo una simpática crítica social a la vida urbana. El prólogo inicial tiene una impronta literaria con condimentos de género documental. Como si de un cirujano se tratara, disecciona la ciudad y las personas que la habitan. A través de sus edificios se describe a la sociedad que habita esa ciudad. Quilombo, caos en una jungla de furia, impactante la escena del suicido del perro, en la que las personas se enfrentan a soledades, desengaños e infelicidades. Quizás la ciudad sea el mejor lugar para combatirlas.