Treintañeros (ansiosos) de todas las edades asisten a una de las películas de sus vidas. Es el último capítulo de una saga del héroe que ya no tiene lugar: Indiana Jones. Una escena sintetiza esta idea. Indy después de escapar de los soviéticos se refugia en un pueblo construido para contrastar los efectos de una bomba nuclear. De repente, suena una sirena. No hay tiempo, y nuestro héroe se refugia en una nevera (esperando tantos años). Tras la explosión y los efectos devastadores, nada será lo mismo. Son los años 50 y la carrera armamentística-tecnológica, inscrita en la denominada Guerra Fría, hará que los héroes de aventuras, con sabor a tierra y látigo ya no tengan cabida en este nuevo mundo. Ahora se necesitarán agentes secretos como James Bond.
Más allá de las comparaciones (odiosas) con los anteriores capítulos de la saga, el último hace 19 años, Spielberg propone (como tesis) la decadencia de ese tipo de héroe en el advenimiento de la modernidad. Eso se traduce en el retiro de Indiana Jones, haciéndolo de la mejor forma: la familia (temática intrínseca en casi toda la filmografía del director norteamericano). Ni siquiera su hijo podrá heredar su sombrero. Ya no hay lugar para (esos) héroes.
El análisis de la película nos lleva al camino de la interpretación. De ello tiene buena parte de culpa el trabajo del excelente guionista David Koepp. Desde los títulos iniciales, la carrera de los militares soviéticos y el coche con teenagers podría ser la metáfora de la carrera entre las dos potencias que no llevó a nada. Por último, también asistimos a un episodio más de las creencias spielbergianas. El director ha proclamado su ateísmo. De ahí su tendencia a buscar explicaciones en otras cosas. En este caso, los alienígenas (desde los encuentros en la tercera fase a la guerra de los mundos). La saga de Indiana Jones ha incorporado, desde sus inicios, esa vertinente pseudo-fantástica. El último expediente X de Indy ya está resuelto.
INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL de Steven Spielberg, EEUU, 2008
Más allá de las comparaciones (odiosas) con los anteriores capítulos de la saga, el último hace 19 años, Spielberg propone (como tesis) la decadencia de ese tipo de héroe en el advenimiento de la modernidad. Eso se traduce en el retiro de Indiana Jones, haciéndolo de la mejor forma: la familia (temática intrínseca en casi toda la filmografía del director norteamericano). Ni siquiera su hijo podrá heredar su sombrero. Ya no hay lugar para (esos) héroes.
El análisis de la película nos lleva al camino de la interpretación. De ello tiene buena parte de culpa el trabajo del excelente guionista David Koepp. Desde los títulos iniciales, la carrera de los militares soviéticos y el coche con teenagers podría ser la metáfora de la carrera entre las dos potencias que no llevó a nada. Por último, también asistimos a un episodio más de las creencias spielbergianas. El director ha proclamado su ateísmo. De ahí su tendencia a buscar explicaciones en otras cosas. En este caso, los alienígenas (desde los encuentros en la tercera fase a la guerra de los mundos). La saga de Indiana Jones ha incorporado, desde sus inicios, esa vertinente pseudo-fantástica. El último expediente X de Indy ya está resuelto.
INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL de Steven Spielberg, EEUU, 2008
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