WALL-E de Andrew Stanton, EEUU, 2008
Las películas actuales de animación ya no son para niños. Preciso, no son sólo para niños. La baja tasa de natalidad que arrastran, durante años, países occidentales del llamado primer mundo podría explicar esta tendencia. Por ejemplo, en España los hijos del llamado “baby boom” de los 70, ahora son treintañeros (sin hijos) que se han convertido en un público consumidor de películas de animación. Hablamos, pues, que el mercado infantiliza al adulto. Es una cuestión de rentabilidad económica, el reinado de la PlayStation.
De forma paralela, este nuevo enfoque está unido a la (intensa) implementación de las técnicas de animación digitales. Este cambio lo ha capitalizado, magistralmente, Pixar. Sus producciones han sido, hasta la fecha, un éxito de público (infantil y adulto) y de crítica. Y WALL-E, su última aventura, una obra maestra.
La última historia de Pixar relata el viaje que emprende el robot Wall-E, el mismo que el de Alicia al País de las Maravillas o, mejor aún, el de Dorothy al mundo de Oz. Porque al igual que Wall-E, Dorothy vive en un mundo en blanco y negro, árido y en el que se siente sola. Así quedó la Tierra después del despropósito humano, convertida en un inmenso basurero. Wall-E trabaja de sol a sol, cumpliendo las funciones de limpieza por las cuáles se le programó. Pero está solo y se siente solo. Hasta que llegue Eva, última generación de robots. Wall-E se enamora y sólo piensa en estar junto a Eva…y cuidarla. Para ello, le acompañará a la nave-retiro de los humanos: Axioma, un mundo de Oz, una sociedad dominada por el consumismo y el sedentarismo. Valores por los cuáles el planeta quedó devastado. Wall-E y Eva son la única esperanza de regreso, una vez que se rompa el orden establecido en esa fantasía tipo Oz.
A destacar dos puntos. Primero, la referencia juega un papel importantísimo como recurso narrativo que afecta directamente a ese público adulto, del cual hablaba hace unas líneas. Incluso, podríamos hablar de referencia retro-ochentera. Desde E.T. ,en el mismo diseño de personaje, hasta el HAL de Odisea en el Espacio, cubos mágicos y la mismísima escena del musical HELLO, DOLLY! Ese tono melancólico, domina el primer tercio de metraje. Sin mediar un solo diálogo la película se sostiene en la historia (característica intrínseca en cada una de las producciones de Pixar). El segundo punto, otro de los referentes de la productora de animación, con los mínimos recursos construye un personaje majestuoso. En Wall-E se llega a un punto culminante. Un robot sinónimo de frialdad tecnológica, se convierte en un ser entrañable y lleno de sentimientos. Una receta que sólo Pixar conoce.
Wall-E se ha convertido en la mejor película del estudio Pixar y, por consiguiente, en una de las mejores películas de animación de todos los tiempos. Wall-E es una experiencia llena de emoción. Una de esas cosas de las cuáles el último cine de la industria olvidó en el cajón. La película sustentada en un mensaje ecologista, dibuja una composición en la que el amor se despoja de cualquier valoración cursi, convirtiéndose en el único valor que puede cambiar nuestro destino. Amor por uno mismo y amor por el que tienes al lado. Y todo eso a través de los ojos de hojalata de un robot olvidado en el planeta Tierra.
[Máquina o ingenio electrónico programable, capaz de manipular objetos y realizar operaciones antes reservadas solo a personas]
Leer critica Wall-E en Muchocine.net
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