LOONG BOONMEE RALEUK CHAT de Apichatpong Weerasethakul, TAI, 2010
EL HOMBRE QUE PODÍA RECORDAR SUS VIDAS PASADAS
EL HOMBRE QUE PODÍA RECORDAR SUS VIDAS PASADAS
El director tailandés de nombre indescifrable parece que sorprendió al jurado del Cannes de 2010. Tampoco es un dato menor que el jurado que le concedió el mayor galardón, la Palma de Oro, estuviera presidido por Tim Burton. Este año, por ejemplo, ganó, según cuentan, el último prodigio de Malick. Resulta que la película calza mucho más con el escarizado Robert De Niro, el actor que encabezaba este año la decisión. Como si de un pop-up se tratara, podríamos abrir otra ventana al costado reflexionando del peso que tiene la composición de los jurados de los festivales y quiénes los presiden a la hora de elegir los premios.
Esas decisiones son, en ocasiones, muy distantes a la crítica presente y el público asistente a este tipo de eventos cinematográficos. Dichas discrepancias y polémicas se convierten, en muchos caos, en el morbo de cada festival. Más allá de la connotación puramente comercial, lo romántico de todo esto es descubrir nuevas propuestas y sensaciones en el arte llamado cine. Lo novedoso es que muchas de las películas que programan en un festival real se encuentran en los confines de la red virtual.
Volvamos al Tío Boonmee. Mejor dicho, empecemos con la película de Weerasethakul algo más cercano a una experiencia onírica, en la que reina el mundo metafórico de una cultura, forma de entender las cosas, muy diferentes de nuestra conciencia occidental. Ese es un tipo de cine, de narrativa, por fuera, al margen que nos sorprende. Incluso, nos aburre, nos provoca, nos encandila, nos escandaliza o nos hipnotiza. Todas estas situaciones se explican porque no entendemos. La información suministrada no dispone de la codificación, del envase que conocemos y eso nos deslumbra ó nos sumerge en la oscuridad. El cine del tailandés exige un estadio superior, un paso al costado y dejarse llevar. ¿Estamos preparados para ello? Los jurados de los festivales del mundo nos lo exigen.
La tradición, la naturaleza ó la reencarnación son temas que transitan el metraje de la película, pero lo hacen de una forma dónde los sonidos tienen la misma significación que las mismas imágenes. Y dónde la apuesta por dar una explicación a todo, tan presente en nuestros días, queda hecha añicos. Y los fantasmas que nosotros vemos para el Tío Boonmee son los espíritus que le ayudan a entender (el final de) la vida y la muerte.
Así de simple. Sin secretos. Con misterios.
Esas decisiones son, en ocasiones, muy distantes a la crítica presente y el público asistente a este tipo de eventos cinematográficos. Dichas discrepancias y polémicas se convierten, en muchos caos, en el morbo de cada festival. Más allá de la connotación puramente comercial, lo romántico de todo esto es descubrir nuevas propuestas y sensaciones en el arte llamado cine. Lo novedoso es que muchas de las películas que programan en un festival real se encuentran en los confines de la red virtual.
Volvamos al Tío Boonmee. Mejor dicho, empecemos con la película de Weerasethakul algo más cercano a una experiencia onírica, en la que reina el mundo metafórico de una cultura, forma de entender las cosas, muy diferentes de nuestra conciencia occidental. Ese es un tipo de cine, de narrativa, por fuera, al margen que nos sorprende. Incluso, nos aburre, nos provoca, nos encandila, nos escandaliza o nos hipnotiza. Todas estas situaciones se explican porque no entendemos. La información suministrada no dispone de la codificación, del envase que conocemos y eso nos deslumbra ó nos sumerge en la oscuridad. El cine del tailandés exige un estadio superior, un paso al costado y dejarse llevar. ¿Estamos preparados para ello? Los jurados de los festivales del mundo nos lo exigen.
La tradición, la naturaleza ó la reencarnación son temas que transitan el metraje de la película, pero lo hacen de una forma dónde los sonidos tienen la misma significación que las mismas imágenes. Y dónde la apuesta por dar una explicación a todo, tan presente en nuestros días, queda hecha añicos. Y los fantasmas que nosotros vemos para el Tío Boonmee son los espíritus que le ayudan a entender (el final de) la vida y la muerte.
Así de simple. Sin secretos. Con misterios.
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