11 de junio de 2008

Los [malditos] 60

Perverso, de mala intención y dañadas costumbres.


Hoy es el último día de Mariano. Lo sabe. Tiene los malditos sesenta. Dos dígitos, un número. Mariano nunca se cuidó. Su vida siempre giró alrededor de los demás. Pendiente como ninguno de su familia, amigos y trabajo. Sus preocupaciones pasaban por que todos fueran felices. Él, mientras tanto, dejaría que su corazón fuera perdiendo latidos a medida que pasaban los años. Hasta hoy. Ese corazón grande dejará de bombear sangre. La sangre que corrió por su cuerpo durante seis malditas décadas.

Mariano ha planificado su final. Y lo ha hecho de la única forma que sabe: simple. Calmo por fuera, duro por dentro, ayer a la noche cenó con Florencia, el amor de su vida. Le sirvió dos copas de vino tinto, cocinó ese rico puchero, no le dejó fregar los platos y se fueron bien temprano a la cama. Dos días atrás, domingo, hizo el asado que merecían hijos y nietos. Todos disfrutaban de verlo feliz. Mariano plácido por verlos comer. Nada más simple.

Hoy Mariano se despertará bien temprano. Quiere ser el primero en llegar al trabajo. Hace unos meses dejó pasar su jubilación. Él quería seguir siendo útil, sentirse útil. Ahora necesita despedirse de todos sus compañeros. Ellos no saben que será el último abrazo. Mariano prefiere no dar ninguna pista del camino a emprender. Pero esta mañana su semblante es pálido. El cansancio de una vida sin descanso hace que empiecen a temblar sus piernas. Ya no le quedan fuerzas, sólo llegar al baño y...descomponerse.

Nadie llorará su ausencia. Todos aplaudirán su nobleza. El gesto del gran hombre antes de su partida. La herencia de todo aquello que dejó en la vida de los que le acompañaron. Ahora Mariano sólo tiene un propósito: descansar de tanto agobio. Hoy ha sido su último día, y Mariano lo sabía.

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