17 de junio de 2009

Por un [final feliz]

[Final. Que cierra, remata o perfecciona algo. Feliz. Que causa felicidad]

ADVENTURELAND de Greg Mottola, EEUU, 2009



¿Qué hace que el final de una película sea bueno o malo? Su coherencia con el resto de metraje. En muchas ocasiones es la incoherencia, revestida de idoneidad, la que hace que una buena película se convierta en mediocre. A todo este planteamiento se añade el concepto de “final feliz”. Tomado por las últimas generaciones de críticos como un síntoma peyorativo de la industria de Hollywood. Ese final feliz está impuesto y responde a los mecanismos del entretenimiento norteamericano: narración clásica que tiene como centro la restauración de un equilibrio previo, una vez solventado el conflicto (nudo). Pareciera que, como si de un prejuicio se tratara, el cine al margen viva de los finales trágicos y desgraciados. La sombra del cine europeo es alargada y planea en los intelectuales serios. Así que toca sufrir en la butaca del cine. El final feliz ó triste determina el cine como espectáculo ó arte, respectivamente.

ADVENTURELAND tiene final feliz. ¡Por suerte! La vida no siempre tiene ese tipo de finales, pero el cine sí. Porque el cine es otra cosa: en los finales felices todo va a terminar bien pero no sabemos cómo. A eso le llaman suspense, o bien, mantengamos al espectador pegado a la butaca hasta los créditos. El desenlace de la película de Greg Mottola es coherente con el devenir de la historia. Porque el verano del 87 fue un período de aprendizaje, de madurez para … en tiempos convulsos que van a definir su futuro inmediato. Alrededor de él giran personajes entrañables, llenos de vida que hacen que un parque de atracciones (otro personaje más) se convierta en un lugar tan cálido y repleto de magia. Como ese primer amor. Como el desembarco a esa gran ciudad con un horizonte de sueños por realizar. Etapa repleta de descubrimientos, como si de una aventura se tratara, aquella con tesoros escondidos en una isla llamada adolescencia.

Mottola ya nos deleitó con SUPERBAD. Mucho más gamberra se dejaba querer desde el primer minuto. El cine de este director se sustenta en la construcción de los personajes. Sí, hay protagonistas. Pero los que acompañan tienen igual peso que los principales. Simplemente con unos trazos conocemos todo lo que tenemos que saber. A eso le podríamos denominar sensibilidad (a diferencia de la sensiblería de un buen número de producciones destinadas a todos los públicos). El cine de Mottola es inteligente. Incluso en la que para muchos es, por definición, una etapa difícil de nuestras vidas, la adolescencia, hay finales felices imposibles de olvidar.

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