Desde hoy Norberto tiene Visa. Ese negro nacido hace dieciséis años, aunque aparenta por lo menos diez más, en Salvador de Bahía. De cuerpo atlético, camina descalzo y la mayor parte del año viste desnudo, con sólo unas bermudas de topos color azul y verde.
Es posible que sea el día más feliz en la vida de Norberto. Está muy contento. Además de la tarjeta azul plateada con banda magnética, a partir de ahora, podrá ver mejor con sus nuevas gafas graduadas Armani último modelo. También fotografiará sus mejores momentos, de ahora en adelante, con la cámara digital tres punto uno megapíxels. Y llamará a amigos y familiares con su Nokia manos libres con la foto, como salvapantallas, de un perro verdadero... de la calle, agrecidos de sólo mirarlos. Norberto apenas sabe leer. Espera que las más de doscientas páginas de la novela de Capote le despierten la curiosidad. Conocer historias y gentes tan cercanas a su mundo.
Ya lo tiene decidido. Las gafas de sol para su madre; y la blusa color pistacho para su hermana, la menor de ocho. A su padre, nada. No se lo merece. No lo conoce.
Hoy Norberto vive en domingo. La barraca en la que vive está de fiesta. Tiene sobre éso que llama cama, una cámara de la cuál le será imposible descargar fotos, un móvil sin cargador, un libro escrito en la lengua de los blancos, un perro que nunca conoció...y una Visa bloqueada, suspendida, inservible, un trozo de plástico del primer mundo. Ilusiones rotas como mercancía.
El hambre, la desazón, la frustración, el hombre de la casa... fueron lo que llevaron a Norberto a robar. Llevarse una mochila que no era suya, sino de unos turistas despistados en las playas de Itapúa. Incrédulos frente al rápido leopardo en las suaves arenas blancas. Perdidos en el drama de los sin voz.
Hoy, Norberto tiene Visa. Mañana, una Mastercard. Y su vida seguirá siendo la misma. Una misma sensación, la de tener. La de no poder.
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